Héroes

Todo empieza con tu curiosidad, esa manera de preguntar con la que conviertes a cualquiera en el invitado especial de la noche. Indagas en sus raíces, en sus deseos cumplidos, en los anhelos pendientes; y mantienes la mirada cuando te habla de excusas y rarezas, de todo por lo que alguna vez sintió que tenía que apartarse de la vida. Te sales de tu cuerpo, y te pones al servicio para exculpar los naufragios y aguar las heridas.

Y así, creas un nuevo héroe: una estatua moldeada a tu medida que empujas hasta subir a un pedestal. En ese momento, la admiración da paso a la inquietud. “¿Cuándo es mi turno? ¿No se trataba de un juego de ida y vuelta? ¿Cuándo pronunciará mi nombramiento como heroína?”, te preguntas. El modo espera se te agota mientras tu laureado compañero ya ha cambiado de tema. Entonces, te delatas. Las luces y las sombras de tu boca quedan en evidencia. Tu señor se convierte en hombre y baja por la escalerilla de atrás. Tú te quedas sin palabras y te empeñas en besar la cabeza de tu Jokanaan de turno. Su rostro esconde un espejo que te cuesta ver, pero lo soportas y te miras hasta que te gustas, hasta que regresas a tu sitio y sostienes todo lo que queda a tu nombre, hasta que luces como la estrella más brillante de tu noche.

Eres

Eres la mujer más hermosa que conoceré jamás. Siempre, siempre, siempre, te querré, ¿me oyes? – le dijo él a ella ­­– Pero, hazme un favor – continuó ­– no te quedes aquí, anclada a estas frases que te digo; si quieres, sólo tómalas como un impulso. Por mucho que yo quisiera, nunca podría ser tu héroe; tengo mis propias batallas: una fila de dragones me espera cada día a la puerta de mi casa; sí, también a la puerta de mi cuerpo y de mi mente. Además, conozco tu noble empeño en convertirte en tu propia heroína y que ya no aceptarías que ningún aspirante a caballero te arrebatara el protagonismo de tu historia. Sigue caminando, me gustará verte mientras asciendes, brillando con el mismo destello que salía de tus ojos ingenuos aquella tarde. Estrella del atardecer que me alentará cuando se apague el ruido y me quede a oscuras.

Probablemente, como otras veces, nos crucemos a medio camino. Antes de que me veas, contemplaré por un rato cómo has aprendido a disfrutar de todo, a apreciar todo, incluso a ti misma, sintiéndote al fin parte. Me pondré a tu espalda y confirmaré cada recuerdo del olor de tu piel. De nuevo, quedaré prendido por la gracia de tu cuerpo al ritmo de las luces y las sombras de tu vestido. Entonces, cuando tus pies de mujer pisen firme en la tierra con esa vulnerabilidad de hierro, anclaré mis manos a las tuyas y volveremos a casa.

Más allá del despecho

Bideak, doinuak
Daramatzagu kolkoan
Ilargi berriak
Lagun zaharren ondoan

Bailar con coraje Todos me miran, llorar mil veces al escuchar Amor eterno o Un mundo raro. Bandas sonoras de desamor o de amores imposibles que nos acompañan en escenas cotidianas, como la limpieza general a la que me dispuse el fin de semana, en medio de otra oleada revuelta de asuntos terrenales. Esta vez, no quería volver al “nothing breaks like a heart” ni al “invítame a un café y hazme el amor” o “siempre volverás una y otra vez”. Sentí hartazgo ante la insistencia de mirar hacia el mismo lado: señalar a la persona ante la que nos sentimos heridas o al recuerdo de aquella vez que tocamos el cielo. Necesitaba mirar a otro lugar y dejar de señalar a los supuestos culpables o salvadores. Un lugar más allá del corazón roto, de las heridas reabiertas, de la nostalgia hacia un amor imposible que recordamos entre lágrimas en un concierto, cuando volvemos a pasar por el corazón ese instante de eternidad en los brazos de otra persona. “Quien lo probó lo sabe”.

En ese momento, me acordé de Neomak, un grupo de mujeres que cantan en euskera con sonidos folk y actuaciones con aires de akelarre, akelarres donde las brujas quemaban el desgarro, la ira acumulada en los vientres y la piel rasgada, y renacían entre alaridos. Una música que asocio a la mujer salvaje, tan presente en Mujeres que corren con los lobos, ese libro que me tira de la mano y de la lengua desde hace unos años; la misma mano que me trajo a esta tierra, donde he conocido esta música que me alienta. Escuché el disco en bucle durante horas mientras limpiaba con empeño la casa. La fuerza alegre de la música se fue metiendo en mí, reactivando esa llama interna, todavía viva al margen de miradas ajenas.

Qué necesario dejar de enfocarse en el otro durante un tiempo, dejar de mirarlo como culpable o salvador. Gritar, rugir y bailar descalza en otro tiempo, en otro lugar. A ratos, sola, a ratos, acompañada, dejarse llevar en la hoguera de Plutón, el diablo que nos empuja a la transformación, la piedra negra de lava que nos impulsa a destruir la estructura que languidecía, a purgar el desgarro, a sacar la basura y lanzarla a las entrañas de la tierra mientras Venus renace llena de deseo, sintiéndose la diosa que nunca dejó de ser. Después, con la mirada y el cuerpo saneados, prendidos por la propia llama eterna, volver a mirarse con más ganas de jugar que nunca, jugar de verdad, enseñando más cartas, compartiendo más cartas; y bailar alrededor del fuego que los ha devuelto a la vida.