Cultivarte

Te cubriste con una neblina de piernas frágiles y argumento leve, y te apartaste en un rincón de tu tierra con tus semillas agarradas en un puño. Dejabas la mente en bucle sobre los días en los que escupieron sobre tu simiente. Cada noche, la mirada se te perdía en las huertas vecinas, con sus filas funcionales de metales pesados. Aburrida de aquel ambiente gris tan falto de latidos, encontraste un sentido para retomar la siembra. Te miraste las manos y viste un destello que te empujaba hacia tu labor.

Levantaste una valla para romper el barbecho, regar las grietas de tu pulso y arar tu criterio. Aferrada a los surcos de tu instinto, cruzaste la lluvia y caminaste hasta que tus entrañas dieron a luz. Alguien escuchó tus gritos en busca de ayuda, esta vez, sin desplantar tu raíz, sin expropiarte.

Caída

Te llenas los ojos de ruido mientras tu cabeza no encuentra un sitio donde sentarse. Aprietas el cinturón de cada extremo de tu piel que pretendía tomar la palabra y aceleras el paso. Tu cuerpo se convierte en una versión de ti incansable, insaciable; aparente superhéroe, que das la espalda al remolino que se fragua en tus tripas, allí donde escondes los ecos de una bestia que nunca te paraste a escuchar. Su ruido asciende y altera el ritmo honesto de tu latido.

Tus piernas siguen corriendo hasta que tropiezan con una piedra a tu altura. Te enfadas y la insultas, pero nada la aparta de tu camino. Al fin, te rindes. “Ayúdame a escuchar, a quedarme en mí, a juntar mis piezas”, le pides. “Para eso, vine”, te responde. “Me quedaré hasta que aprendas, hasta que me uses a tu favor”.

Lo que traes a la mesa

Te sientas a la mesa con los ojos amplios y los poros abiertos para navegar en el laberinto de los invitados. Despliegas tus manos y los frutos de tu pecho sobre el mantel. Sonríes al solitario, y ofreces tu ración de aguas profundas, caricias y la convicción de lo que no se ve.

¿Y todavía crees que te mereces morir de hambre? ¿Todavía envidias platos ajenos? ¿Todavía pides que aprueben tu menú? ¿Todavía te niegas el asiento? ¿Todavía cierras la boca mientras comes? ¿Todavía pides que te den de comer?

Recordarte

Te cansaste de no verte, de olvidarte, de nombrarte apenas con un artículo indefinido. Recordaste los templos que creas en casas vacías, en mesas vacías, en camas vacías.

Recordaste los infiernos que apagas bajo el hombre envuelto en humo; la lágrima que besas cuando la exiliada te habla del frío; la lumbre que prendes junto a la alumna olvidada; la mano que agarras a la mujer que ya no se mira y a la que acompañas hasta que sus labios se colorean. Y, al final, recordaste tu indómito impulso para bucear una palabra más y descubrir las perlas con las que escribir tu nombre.

Las Arenas, marzo de 2024.

La invasión

Habías dejado la puerta entreabierta y, esta vez, entraron hasta el fondo. Pisaron las alas de las mariposas, empujaron tus muebles importados, y aplastaron las velas y los versos que alumbraban los cimientos de tu nuevo templo. Miraron con desprecio tu esquina más íntima antes de insultar a las musas y escupir sobre la llama de tu altar.

Mientras te arrancaban los volantes de tu vestido y las monedas de tu pañuelo, tú buscabas más libros para entender aquel asalto. Entonces, te perdiste entre lo divino y lo humano; aspirabas a la evolucionada compasión y olvidaste la nobleza de medir tu fuerza. Al final, te congelaste y huiste después.

Quisieron nublar tu mirada con una luz gaseosa, pero tu instinto te tapó los ojos a tiempo. A tu pesar, te quedó una sombra en la cara, los hombros caídos y la lengua flácida.

Cuando se fueron, te desplomaste en un suelo vaciado. Palpaste tu latido y te obligaste a respirar hondo poco a poco. Encontraste una libretilla de hotel y un lápiz con la punta rota. No podías escribir ni tu nombre, pero sentiste una mecha prendida en una mano. Echaste la llave, abriste una ventana y te contaste de nuevo. En esta ocasión, empezaste por los pies, por tus pies, sobre unas raíces abonadas con el desafío y el aliento para escribir el siguiente capítulo.

Getxo, febrero de 2024.

Hombres, heridas y tú misma

When you build your home in other people, you give them the power to make you homeless. 

Cada hombre que ha pasado por ti te ha llevado de la mano a cada una de tus heridas. Te rompiste, te viste en el suelo y pensaste que aquello era el final. Habías entregado el protagonismo de tu historia a alguien más, relegándote a un papel secundario de su película. Todo a costa de desmantelar tu casa. Escribiste, escribiste mucho, preguntándote qué habías hecho mal, por qué no te habían dado lo que tú necesitabas y por qué tampoco te habían visto en aquella ocasión. Las páginas pasaban sin encontrar una respuesta que te convenciera, a pesar de todas las hipótesis a las que te enganchaste. Pasaste por todas: las heridas de la infancia, las circunstancias sociolaborales, las conjunciones planetarias, las suposiciones más místicas. Todo menos cuestionarte por qué te querías quedar en lugares que olían a sacrificio y donde no podían verte, al menos, como tú necesitabas, como tú querías. Aquel capítulo te parecía demasiado oscuro; pero, al final, entraste.

Te leíste cada página que te llegaba de tu inconsciente y todo cuadraba con las teorías de los expertos sobre cómo el cuerpo toma nota de lo vivido. Escenarios conocidos que se repiten en búsqueda de sanación. Otra vez, aprendiste a perdonarte porque, otra vez, te habías dejado sola. Conocías todas las palabras de amor propio, pero te faltaba conjugar en primera persona la compasión, la dignidad y la fe que siempre habías regalado a cualquiera. En el camino, te arropaste con mantas, palabras amigas, libros amables, referentes, herramientas que te tendían una mano para dar un paso más hacia ti, hacia tu casa, aquella que habías empezado a construir. Entonces, elegiste contarte otra historia: una versión en la que tu verdad merece una silla en la mesa, tu voz se convierte en una ciudadana más, y tu mirada sale de sí misma y muestra su cara para moldear su presencia en el mundo. Ahora, entre heridas reabiertas, estudias tu nueva constitución. En el fondo, te sientes más llena. Sabes que has conquistado otra parte de ti, otra habitación de tu propia casa.

Getxo, febrero de 2024.