Mujer de rojo

Admítelo, todavía te importa, todavía piensas en él. A pesar de la sana distancia que marcas, su varita mágica sigue entrando en ti para quitarte el velo de la mente y del cuerpo. Piensas en él porque te ayuda a desnudar tu lengua, porque te deja con tu historia, tus grietas y tus máscaras en una mano, y tus pinceles y tus lienzos en la otra. Piensas en él porque te acerca a la boca las semillas que despiertan a la mujer congelada, porque te orilla a convertirte de una vez en la mujer que viste de rojo, que pinta en rojo, que habla en rojo.

Caída

Te llenas los ojos de ruido mientras tu cabeza no encuentra un sitio donde sentarse. Aprietas el cinturón de cada extremo de tu piel que pretendía tomar la palabra y aceleras el paso. Tu cuerpo se convierte en una versión de ti incansable, insaciable; aparente superhéroe, que das la espalda al remolino que se fragua en tus tripas, allí donde escondes los ecos de una bestia que nunca te paraste a escuchar. Su ruido asciende y altera el ritmo honesto de tu latido.

Tus piernas siguen corriendo hasta que tropiezan con una piedra a tu altura. Te enfadas y la insultas, pero nada la aparta de tu camino. Al fin, te rindes. “Ayúdame a escuchar, a quedarme en mí, a juntar mis piezas”, le pides. “Para eso, vine”, te responde. “Me quedaré hasta que aprendas, hasta que me uses a tu favor”.

Jaleos

Furia, furia, furia que devasta / Furia, furia, furia de crecer /

Que entre dentro, dentro de mi casa / Que me rompa / que me vuelva a hacer.

Un puñal que se empeña en penetrarte la razón. Un impacto que reverbera en tu espalda. Un vientre a punto de rendirse. Unas piernas hartas de perderse en el camino a casa. Una sombra que te nubla la vista.

Un tacón que se arranca y taconea en una tierra mojada. Unas piernas que se sienten enteras y se alistan para la segunda. Unas entrañas que te pellizcan para prender desde el fondo. Unas manos que sueltan los puños y tocan las palmas. Unos hombros que bracean para sacudirse el derrumbe. Un pecho que costura los lunares y marca el compás. Un pañuelo al cuello que se agarra a las cuerdas de tu voz. Una mente que se pone al servicio y ensaya la media vuelta. Una boca que se jalea a ritmo de un ole.

Reconquista

Te agarras a una manta de menta y te atreves a respirar más lejos de lo habitual. Desde los márgenes de tu piel, un eco muerto por miedo te alerta del peligro de habitar el territorio que abandonaste al pasar las primeras páginas de la primavera. Las hojas dobladas de tu historia, los capítulos que te negaban el protagonismo por ser demasiado, por no ser suficiente; los párrafos que definían tu cuerpo como un lugar inseguro, ilegal, inhabitable.

El aire bombea ahora en el palmo entre tu pecho y tu garganta. Tan poco aire, tan poca fuerza, tan poca vida; pero te abrazas los brazos, te agarras a la tierra que te queda y abres la boca. Sueltas las palabras congeladas, el subjuntivo con tono de punto final, los nombres que declinan el baile a tus curvas. Separas tus labios y conjugas los verbos de la primera conjugación, esos que te recuerdan el ancho y largo de tu voz. Es la reconquista de un cuerpo, donde tu flor se nombra a sí misma sobre páginas nevadas.

Bilbao, marzo de 2024.